martes, 19 de enero de 2016

A mi no me va a pasar

“Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre, y no dejes la enseñanza de tu madre.” 
Proverbios 6:20
A los 22 años, Ricardo, se vio envuelto por el gusto de las bebidas alcohólicas. Sus familiares lo alertaban sobre las consecuencias de embriagarse. Su salud se vería afectada en el futuro. Traería trastornos a sus órganos. Tendría problemas laborarles por su forma de beber. No va a pasar nada, decía. Una noche se embriagó tanto que perdió la noción del tiempo y del espacio. Se desvió de su camino a casa y pronto se encontró dormido en aquella ruta que se trazó.
            Lo despertó un fuerte dolor en las piernas. Al abrir los ojos vio las paredes de un cuarto de hospital. Se miró los pies y ya no los tenía. La noche anterior lo venció el sueño y cayó sobre las vías del ferrocarril. El tren pasó sobre sus pies. Hoy, a sus 42 años de edad, necesita un trasplante de riñón. Y yo que decía que no me iba a pasar nada, se lamenta. Ahora necesito de otros para poder moverme, cuando años atrás nada me detenía.
            Leer “El joven rico”, en: http://gacetadebelen.blogspot.mx/2015/09/el-joven-rico.html
Joaquín gustaba de la comida rica en grasas. Las carnes rojas emocionaban a su paladar. No medía la cantidad de alimentos que consumía. Olvidó que había ciertas horas para comer y lo hacía en cualquier momento. Las bebidas gaseosas eran sus preferidas. Nunca quiso escuchar las voces que le decían: te sería mejor beber agua pura, come algo de fruta y más verduras. Él hacía un gesto de rechazo hacia esos consejos. Las frituras y golosinas eran el postre en lugar de fruta fresca.
            Pronto las consecuencias se notaron en su peso. Dejo de hacer ejercicio y adoptó una vida sedentaria. Comenzó a tener dificultades para respirar. Se cansaba con facilidad al caminar algunos metros. Un malestar general hizo que lo llevaran a revisión médica. El diagnóstico confirmado fue diabetes. El vigor físico que gozaba en sus años mozos se perdió. A mi no me va a pasar, eso es para esa gente que no sabe cuidarse, solía decir.
            Un día tropezó en casa. Eso le produjo una herida en el pie que no sanó. Se tuvo la necesidad de amputar esa pierna. Hoy visita con regularidad a su médico porque teme perder por completo la vista. Llora al recordar que su vida adulta pudo ser distinta. Su deseo de formar un hogar se desvaneció. Sus ganas de vivir no son suficientes para contrarrestar los efectos de su enfermedad.
            “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desperdicies la dirección de tu madre; porque adorno de gracia serán a tu cabeza…”[1]
Por Galdino Enríquez Antonio

[1] Proverbios 1:8

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