“Me alegré
cuando me dijeron: Vamos a la casa del Eterno.”
Salmo 122:1
Salmo 122:1
Hace muchos años escuché el relato
que les voy a contar. Fue narrado por un personaje que nos visitaba del país
vecino de Belice, durante un retiro espiritual.
Resulta que un destacado joven
cristiano, se ganó una beca para ir a Inglaterra a estudiar. Todos en la
familia se alegraron por la grandiosa oportunidad. Los preparativos de su
partida no se hicieron esperar. Cuando llegó el día señalado para el viaje, su
madre se le acercó con gran ternura y le dijo: “Nunca te olvides del Dios que
te hemos enseñado”. Colocó en su maleta una Biblia nueva y le hizo prometer que
la estudiaría siempre.
El joven pasó mucho tiempo en el
viejo continente. Estudió hasta alcanzar un doctorado. La vida universitaria
poco a poco lo hizo desistir del estudio de la Biblia que su madre le había
regalado. Las corrientes de pensamiento impartidas en las aulas de clase, le
hicieron dudar de la existencia de Dios. Permitió que el mundo que lo rodeaba
secularizara su vida. Contrajo matrimonio y su pareja no fue la ayuda idónea
que le ofreciera apoyo para vivir bajo los principios cristianos que aprendió
desde su niñez.
Tiempo después dispuso pasar unas
vacaciones en su natal Belice. Cuando su madre supo de los planes de su hijo,
su corazón se llenó de alegría. Hizo los preparativos necesarios para
recibirlo. Buscó tener en casa los ingredientes para elaborar sus platillos
favoritos. Mandó a hacer reparaciones a su habitación. Compartió con mucha
felicidad la noticia de la visita de su hijo con amigos y familiares.
El día de su llegada fue una fiesta
en aquel hogar. Muchos de sus conocidos llegaron a saludarlo. Saboreó de su
comida y bebida favoritas. Disfrutó de numerosas charlas llenas de alegría.
Cuando quedaron solos en casa, se dispusieron a descansar del día tan largo que
tuvieron. Al amanecer, su madre preparó el desayuno con mucha emoción. Pero al
ver pasar los minutos y su hijo no se presentaba al comedor, fue a buscarlo.
-
¡Hijo,
levántate! Se nos hace tarde. Tu desayuno está listo.
-
¡Tarde!
¿Para qué mamá? – respondió desde la cama.
-
Para
ir al templo. Hoy es el día del Señor.
-
Mamá,
¿todavía crees en eso? Dios no existe, deja eso para la gente ignorante. Déjame
dormir.
Con lágrimas en los ojos su
madre pasó un día triste y amargo en la iglesia. ¿Cuántos familiares dejamos
tristes o contentos los días de culto y adoración?
Continuará…
Usted ha leído la primera parte de esta historia, en los siguientes enlaces podrá leer la historia completa:
Usted ha leído la primera parte de esta historia, en los siguientes enlaces podrá leer la historia completa:
Segunda Parte: leer “Muéstremelo”, en http://gacetadebelen.blogspot.mx/2015/11/muestremelo.html
Tercera Parte: leer “¿Lo sientes?”, en http://gacetadebelen.blogspot.mx/2015/11/lo-sientes.html
Por Galdino Enríquez
Antonio
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