“Respóndeme
cuando clamo, oh Dios de mi justicia. Cuando estuve en angustia, tú me
aliviaste. Ten misericordia de mí, y oye mi oración.”
Salmo 4:1
Karla creció en un hogar donde
aprendió a orar de rodillas junto a su lecho.
Colocaba sus codos al borde de la cama y juntaba sus manitas a la altura de su
pecho mientras cerraba los ojos. Esta escena se repetía cada día por la mañana
al levantarse y también a la hora de irse a dormir por las noches.
Una mañana fresca de otoño se
despertó y su primera tarea fue orarle
al Señor. Ese día puso en las manos de Dios las actividades
correspondientes y en especial por el examen que presentaría en la escuela.
Después de darse un baño y ponerse guapa con el uniforme de la escuela, bajó a tomarse
el desayuno.
Sin darse cuenta de la hora, a la
familia se le hizo tarde y Karla no pudo terminar el desayuno. Con cierta prisa
subieron al auto y en el camino comenzó a caer una lluvia ligera. Al llegar a
la escuela, solo tuvieron sus padres la
oportunidad de dejarla en el pórtico y se marcharon a sus centros de trabajo.
En su preocupación de no mojarse, Karla esperó un momento más, pero la lluvia
arreció.
Leer “¿Cuántas
posturas de oración existen?”, en: http://gacetadebelen.blogspot.mx/2016/07/cuantas-posturas-de-oracion-existen.html
Al poco rato la campana de su
escuela llamó a clases y ella salió corriendo de su espacio de protección. Pero
al hacerlo resbaló y cayó en un pequeño charco de agua que se había formado en
el patio de la escuela. Se ensució el uniforme y unos alumnos de la escuela se rieron y se burlaron de ella. Muy
apenada se levantó y se dirigió a su salón.
Después de la bienvenida, la
maestra del grupo les hizo llegar el examen del día. Fue un examen difícil y les llevó gran parte de la mañana. Pronto
llegó la hora del recreo, donde era común ver a Karla jugar y divertirse en
esos pocos minutos. Pero ese día no fue así. Con el uniforme sucio, le dio pena
recorrer el patio de la escuela, por lo que se sentó en el pretil que rodeaba
al árbol frente a su salón.
Tomó su lonchera y colocó su emparedado en sus piernas en
tanto que le quitaba la tapa-rosca al recipiente de su bebida. Mientras comía
lo que su mamá la había preparado, un niño pasó corriendo junto a ella y golpeó
sus rodillas; su lonche terminó en el suelo todavía mojado. Sin poder contener
las lágrimas corrió a su salón y se sentó en su banca hasta que terminó el
recreo.
Por Galdino Enríquez Antonio
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