"Oye mi oración, oh Eterno, y
escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas, porque ante ti soy peregrino y
advenedizo, como todos mis padres.” Salmo 39:12
Leer la primera parte de la historia en: http://gacetadebelen.blogspot.mx/2016/07/como-orar-segunda-parte.html
Cuando volvieron sus otros compañeros al salón, la maestra les dio la noticia que había terminado de calificar los exámenes y se los entregó. La tristeza fue notoria en su rostro: ¡había reprobado el examen! El resto de la mañana no fue alegría para ella, sino de desencanto y congoja. Y para coronar la pena de ese día en la escuela, a su mamá se le hizo tarde venir a buscarla y fue la última alumna en irse de la escuela ese día.
Cuando volvieron sus otros compañeros al salón, la maestra les dio la noticia que había terminado de calificar los exámenes y se los entregó. La tristeza fue notoria en su rostro: ¡había reprobado el examen! El resto de la mañana no fue alegría para ella, sino de desencanto y congoja. Y para coronar la pena de ese día en la escuela, a su mamá se le hizo tarde venir a buscarla y fue la última alumna en irse de la escuela ese día.
Cuando subió al auto, entre
sollozos le platicó a su mamá todo lo que había pasado en la escuela con
ella, mientras le reclamaba por su tardanza en venir a buscarla. Con una
sonrisa en los labios su mamá quiso consolarla diciéndole que todo iba ha estar
bien. Le prepararía una rica comida y juntas harían la tarea por la tarde.
Cuando ella bajó a comer, descubre que la rica comida era
una sopa de verduras, algo que a ella no le era de agrado. Su mamá le prometió
un helado si se lo acababa todo. Por
amor al helado, con muchos esfuerzos se terminó la sopa. Cuando su mamá
terminó de recoger la cocina, salieron juntas por el helado.
Karla pidió un helado de tres sabores, y encantada, llegó a
su casa disfrutándolo. Cuando abrió la
puertezuela del patio de la casa, su
mascota saltó hacia ella y golpeó su helado, éste cayó al suelo. Eso fue la
gota que derramó el vaso de su triste día.
Subió a su cuarto y se encerró el resto de la tarde.
Tampoco quiso bajar a cenar. Como última indicación del día, su mamá le dijo
que no olvidara orar antes de dormir.
Esa noche no quiso orar. Estaba
molesta con Dios y se acostó sin orar. Apagó la lámpara de su habitación
y se dispuso a dormir. Se colocó de lado, boca abajo, giró a la derecha, a la
izquierda; se puso boca arriba, colocó las almohadas entre sus piernas, se
sentó… hizo de todo para tratar de conciliar el sueño y no logró nada. Ya era
muy tarde y no podía estar dormida.
Estaba tan molesta que comenzó a
reclamarle a Dios. Le refirió todo lo que había
vivido ese día. Enojada, casi gritando, le preguntó por qué había enviado la
lluvia. No entendía por qué reprobó el examen. Ese niño le tiró su lonche, su
mamá llegó tarde, hizo una comida fea, más tarde Pinky le botó el helado. “Para colmo, ¡no me dejas dormir!”- le
dijo a Dios.
Sin darse cuenta, a los pocos minutos quedó completamente
dormida.
¿Qué estaba haciendo la niña a altas horas de la noche? ¿Dónde oró? ¿Cuál fue su postura de
oración? ¿Qué sentimientos invadían su corazón?
A veces queremos esperar llegar al
lugar de oración o tener un sentimiento tal para poder presentarnos al Señor.
Como estés, como te sientas, debes orar y decirle al Señor todo lo que alberga
tu corazón.
Por Galdino Enríquez Antonio
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