En medio de mis fuerzas debilitadas, y poder argumentar a mi
favor, le pedí su comprensión. Si retornaba hasta el lugar debido, el tráfico
me haría perder el objetivo trazado para esa hora. Requería regresar pronto a
casa con el medicamento que pasaría a comprar en la farmacia más próxima; mi
hijo presentaba una fuerte infección digestiva. El oficial se mostró firme en
la aplicación del reglamento.
Traté de explicarle el motivo que me hacía portar solo una copia
de la tarjeta de circulación. En mi desesperación, le pedí que revisara cada
una de las puertas y sus chapas; todas habían sido, en un momento dado,
forzadas por los amantes de lo ajeno. No quería correr el riesgo de que un día
tomaran de la guantera la tarjeta original.
Al ver que ninguna explicación obraba a mi favor, le pedí
que sólo aplicara una de las infracciones. Puntualicé que el momento que estaba
pasando me hizo tomar una decisión incorrecta. Nada parecía doblegar la postura
del oficial en el cumplimiento de su deber. Sin nada más que hacer, le pedí que
procediera pronto con el papeleo correspondiente y no retardar más mi regreso a
casa.
Conozca algunos datos biográficos del autor de la lección
del 2º Trimestre, en: https://gacetadebelen.blogspot.com/2023/04/conozca-mas-del-autor-de-la-leccion-del.html
Me desmoroné anímicamente. Nada pude hacer para volver lo
más pronto posible a casa. No solo haría frente a una situación de salud emergente,
sino que tendría que pagar por partida doble una infracción. Por más que argumenté
para librarme de alguna de las sanciones, poco pude hacer. Al final, la boca se
me secó, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me sentí más que impotente.
El oficial tomó su blog de notas y buscó entre sus
pertenencias un bolígrafo. Cuando estaba por realizar las anotaciones que
requería la papeleta, se detuvo por un momento, luego tomó mis documentos y me
los entregó. Me indicó de manera cortés que tuviera más cuidado en la próxima
ocasión. Que podía irme.
Ahora era yo quien no buscaba marcharse, no sabía como
agradecerle. Le pedí su nombre. Le pregunté que podía hacer por él. “Nada”, fue
su respuesta, “puede irse”.
Algo parecido es la GRACIA. Nuestras acciones, nuestros argumentos, nuestras posesiones no pueden hacer algo para alcanzarla. Quien es el responsable de la aplicación de la justicia, es el único que puede librarnos de las infracciones. El poder está en sus manos. Y Dios tiene ese poder, el de quitar todas nuestras culpas y dejarnos libres de pecado: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (Juan 8: 11) Es más, tiene el poder de darnos la vida eterna sin pedir de nosotros mérito alguno.
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