martes, 11 de abril de 2023

Así es la GRACIA

No lo pensé dos veces. Cuando cambió la luz del semáforo, viré a la izquierda para retornar. Nunca imaginé que un oficial de la vialidad aguardaba al finalizar el giro, quien, con un gesto amable, me indicó detenerme para indicar que había dado vuelta en un lugar prohibido. Sin duda, era acreedor a una multa.

Tras explicarme la infracción, requirió la documentación que ameritaba la ocasión. Junto con la licencia de conducir, le entregué una copia de la tarjeta de circulación. Cuando revisó este último documento, se inclinó a la ventanilla izquierda para hacerme saber que, por no portar el documento original, sería acreedor de una segunda multa, con el riesgo de remolcar mi unidad hasta el encierro de los vehículos retenidos.  

En medio de mis fuerzas debilitadas, y poder argumentar a mi favor, le pedí su comprensión. Si retornaba hasta el lugar debido, el tráfico me haría perder el objetivo trazado para esa hora. Requería regresar pronto a casa con el medicamento que pasaría a comprar en la farmacia más próxima; mi hijo presentaba una fuerte infección digestiva. El oficial se mostró firme en la aplicación del reglamento.

Traté de explicarle el motivo que me hacía portar solo una copia de la tarjeta de circulación. En mi desesperación, le pedí que revisara cada una de las puertas y sus chapas; todas habían sido, en un momento dado, forzadas por los amantes de lo ajeno. No quería correr el riesgo de que un día tomaran de la guantera la tarjeta original.

Al ver que ninguna explicación obraba a mi favor, le pedí que sólo aplicara una de las infracciones. Puntualicé que el momento que estaba pasando me hizo tomar una decisión incorrecta. Nada parecía doblegar la postura del oficial en el cumplimiento de su deber. Sin nada más que hacer, le pedí que procediera pronto con el papeleo correspondiente y no retardar más mi regreso a casa.

Conozca algunos datos biográficos del autor de la lección del 2º Trimestre, en: https://gacetadebelen.blogspot.com/2023/04/conozca-mas-del-autor-de-la-leccion-del.html

Me desmoroné anímicamente. Nada pude hacer para volver lo más pronto posible a casa. No solo haría frente a una situación de salud emergente, sino que tendría que pagar por partida doble una infracción. Por más que argumenté para librarme de alguna de las sanciones, poco pude hacer. Al final, la boca se me secó, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me sentí más que impotente.

El oficial tomó su blog de notas y buscó entre sus pertenencias un bolígrafo. Cuando estaba por realizar las anotaciones que requería la papeleta, se detuvo por un momento, luego tomó mis documentos y me los entregó. Me indicó de manera cortés que tuviera más cuidado en la próxima ocasión. Que podía irme.

Ahora era yo quien no buscaba marcharse, no sabía como agradecerle. Le pedí su nombre. Le pregunté que podía hacer por él. “Nada”, fue su respuesta, “puede irse”.

Algo parecido es la GRACIA. Nuestras acciones, nuestros argumentos, nuestras posesiones no pueden hacer algo para alcanzarla. Quien es el responsable de la aplicación de la justicia, es el único que puede librarnos de las infracciones. El poder está en sus manos. Y Dios tiene ese poder, el de quitar todas nuestras culpas y dejarnos libres de pecado: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (Juan 8: 11) Es más, tiene el poder de darnos la vida eterna sin pedir de nosotros mérito alguno.

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